Alguien dibujó con tiza en la
fachada de mi bloque unos cuantos corazones que indicaban que aquella chica
estaba por mí. También podían señalar que yo estaba por ella –estar por alguien, rara manera de expresar
que una persona te gusta– ya que los
nombres de ambos figuraban dentro de cada corazón, pero les puedo jurar que ni
se me había pasado por la cabeza. Nos conocíamos desde niños y en aquellos
días, cuando ya habíamos cumplido los quince años, me parecía una chica
simpática y punto.
Sí, ya sé que cuando un caballero
se ve en la obligación de describir a una dama cuyos encantos físicos no son
precisamente dignos de alabanzas, siempre dice que es una chica simpática. Pero
no vayan a creer que aquella chiquilla era un espanto ni nada por el estilo. La
verdad es que no se parecía a ninguna de las actrices de Hollywood que tanto me
gustaban en aquellas fechas (las mismas que aún me siguen gustando, qué caray),
pero he de confesar que tras detectar aquellos corazones pintados en la pared
comencé a mirarla de modo diferente. Descubrí, por ejemplo, que no le quedaba
nada mal el uniforme del colegio e incluso llegó a agradarme aquel movimiento
de su trasero al caminar, que hacía que los cuadros de su falda oscilaran de
una forma rítmica que me resultaba cuanto menos graciosa.
Solíamos coincidir a las tres de
la tarde, cuando me dirigía al instituto y ella a su colegio. Al principio nos
saludábamos con cortesía y poco más, pero pasado un tiempo comenzamos a
charlar. Y ya saben como funciona la cosa del tonteo: ella lanzó su anzuelo y
yo piqué sin oponer mucha resistencia.
Pronto comenzamos a salir en
pandilla con Pérez, Diptongo y sus respectivas parejas. Y varios fines de
semana después acabamos los seis –y
otras chicas que no tenían pareja, ni creo que fuesen a tener en un futuro
cercano (chicas simpáticas, no les digo más)–
celebrando el cumpleaños de la novia de Pérez en casa de un tío suyo
solterón, un pequeño apartamento que si fuese agente inmobiliario con
pretensiones de vendérselo a ustedes les diría que se trata de un piso de dos
dormitorios, pero como no lo soy prefiero llamarlo por su nombre.
Como todo el mundo sabe los tíos
solteros son muy fáciles de convencer por sus sobrinitas preferidas, así que la
chica tenía permiso para celebrar su dieciséis cumpleaños en aquel apartamento
con la única condición de que no acudiesen chicos a la fiesta, lo cual nos
obligó a subir sigilosamente y unos minutos más tarde que ellas con el fin de
no levantar sospechas entre el vecindario.
Y ya se imaginarán lo que ocurrió
después. Merienda rápida. Una de Camilo Sexto para bailar a lo agarrao. Risas.
Algún licor del mueble-bar del solterón que se funde con los refrescos. Unas
luces que se apagan y otras que se atenúan con un jersey. Besos. Una de Danny
Daniel para bailar aún más arrimados. Caricias. ¿Pero quién puso ésa de los
Roling tan cañera? ¡De eso nada! Otra vez música lenta. Las chicas simpáticas
que se van . . .
Luego reparto de habitaciones,
que no sé como lo hicieron pero a mí me tocó la salita –sólo había dos dormitorios,
¿recuerdan?– donde después de apartar la
mesa de centro me las tuve que ingeniar para desplegar aquel maldito sofá-cama.
Jamás se me olvidará la desagradable sensación de acostarse directamente sobre
el colchón de espuma (me gusta imaginar que los hechos se habrían desarrollado
de otra manera si llegamos a tener un par de sábanas). Y para colmo, el más
mínimo movimiento al desabotonarle la blusa a mi chica y aquella mierda de
cama –¿cama?– se doblaba por la mitad quedando en forma de
uve. ¡Imagínense las veces que se dobló el maldito artefacto cuando quise
desabrocharle el sujetador! Porque una de dos: o soy muy torpe –extremadamente torpe en lo que a quitar
sostenes se refiere– o es que hay que
hacer un master en Harvard para llegar a dominar el mecanismo de apertura de la
mencionada prenda íntima femenina.
Así las cosas opté por hacer un
receso con la excusa de fumar un cigarrillo, pensando que de esa manera
volvería a intentarlo con más ahínco –y
sobre todo con más acierto– instantes
más tarde.
Y si esto fuese una serie de televisión seguro que el director echaría mano de un dolly-out, haciendo retroceder la cámara hasta sacarla por la ventana para mantener fijo el plano de resolución, en el que enfocaría a la pareja de mocosos acostados sobre el sofá-cama a través de los visillos ondeando por la suave brisa. Es probable que después forzara una sobreexposición, justo antes de que apareciera en el centro de la pantalla el rotulito de
CONTINUARÁ
Espero la continuación, una historia que me hace sonreir.....
ResponderEliminarPues no es malo el intercambio, Teresa: yo pongo mis historias y tú una sonrisa (creo que salgo ganando)
EliminarUn abrazo.
El dibujo es muy ingenuo, el texto no tanto :) Un abrazo y hasta pronto. Sonia.
ResponderEliminarHola Sonia. Yo creo que el texto también, porque a los quince años todos nos creemos muy listillos, pero en realidad somos unos ingenuos.
EliminarUn abrazo.
oñera!! tu parte más erótica en un plisplas de fotonovela! ui que risa me has dado! me hubiera gustado verte, es de risa sana, me recuerdas ciertos aspectos de mi atolondrada juventud, ozú con tu corazón y algo más dibujado aquí
ResponderEliminartonets folls!!
Los quince años es una edad atolondrada para todos, Teresa. Espero que sigas riendo cuando leas el desenlace, así que no te lo pierdas.
EliminarUn abrazo.
Estoy en ascuas, Oñera. Un abanico de posibilidades para el desenlace revolotean dentro de mi/mis, cabeza/cabezas chorlitera/s... Algo me dice que esto va a quedar en agua de borrajas y no solo por los impedimentos y escollos que puedan añadirse a los ya mencionados, sino por la cosa práctica...vamos, que mucha teoría pero....
ResponderEliminarEso de los impedimentos, o, poca soltura para desabrochar el sujetador debe ser una tara genética del género masculino, jiii (que conste que mi santo es, bueno, casi es, un manitas en esto, pero me planteo si debe ser la excepción que...jaja... o es por los años de entrega que le llevamos puestos a la tarea). Lo del colchón de gomaespuma me ha dado hasta dentera. Bueno, pues a esperar....
Abrazotes calurosos. Calma, malpensados. Ando en mi tierra egabrense, disfrutando de esta sauna contínua, gratuita y natural que nos brinda la caló... y el día no ha hecho más que empezar,ainsss
Lo confieso Margarita: para saber donde estás tuve que buscar egabrense en la güiquipedia (lo de la caló hoy no sirve como pista, con el mapa del tiempo lleno de huevos fritos)
EliminarEn cuanto al desenlace... ¡ya se verá!
Ya veo que tu santo hizo el master en Jarvar.
Gracias por la visita. Un abrazo.
Esto son cosas del verano que nos hace recordar estas cosas. Espero ansiosa a la segunda parte... Un abrazo
ResponderEliminarPues no tendrás que esperar mucho, Eva. Pronto publicaré la segunda (y última) parte.
EliminarUn abrazo.